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según el cual la ciencia se mide a sí misma. La misma experiencia se podría sentir en la experiencia
del arte, experiencia que no puede ser ignorada, porque la verdad se experimenta en una obra de
arte, no puede lograrse por otros medios, y es el sentido filosófico del arte el que lo hace, arte que
se defiende contra toda razón. Pero es deber, intentar desarrollar un concepto de conocimiento y
de verdad que corresponda a la totalidad de nuestra experiencia hermenéutica. Gadamer apunta a
una nueva forma heurística que se mueve en la dirección de la transdisciplinariedad.
Gadamer continúa explicando la experiencia vivida, que como experiencia, queda integrada
en el todo de la vida y, por tanto, el todo existe en ella, es en definitivo conocimiento auténtico, es
decir, transmisión de la verdad, no como conocimiento sensorial, conceptual y racional, según el
enfoque de la realidad sustentado por la ciencia y las ciencias naturales, sino, como una pretensión
de verdad diferente a la de la ciencia, aunque por supuesto no subordinada o inferior a ella. Por lo
tanto, cree que la yuxtaposición de lógica y estética se vuelve cuestionable. Para muchos
científicos, como Einstein, la ciencia no busca tanto el orden y la igualdad entre las cosas, sino
aspectos más generales del mundo entero, como la simetría, la armonía, la belleza y la elegancia,
incluso a expensas de su adecuación empírica. Así es como vio la relatividad general.
Hans Reichenbach (miembro del Círculo de Viena) informa sobre una conversación que
tuvo con Einstein: cuando le pregunté una vez al profesor Einstein cómo descubrió la teoría de la
relatividad, respondió que lo hice porque estaba muy feliz, firmemente convencido de que el
universo es armonía (Rogers, 1980). Parece que una vez, después de ciertas intuiciones sobre la
estructura del universo, se le escuchó decir en privado: Oh, señor (refiriéndose a Dios), ya descubrí
tu secreto del universo (Clark, 1972). Esta noción típicamente estética de armonía vincula
estrechamente la ciencia, tal como él la entendía, con el arte.
Cuando Einstein dice, refiriéndose a la teoría cuántica, que no le gusta esa teoría, que no le
gustan sus elementos, que no le gustan sus consecuencias, su asistente personal de investigación
interpreta de la siguiente manera: explicando que su enfoque (el de Einstein) tiene algo en común
con el enfoque de un artista; que este enfoque busca la simplicidad y la belleza; que su método,
aunque basado en un profundo conocimiento de la física, es fundamentalmente estético e intuitivo;
que además de ser el físico más grande desde Newton, casi se podría decir que Einstein no fue tanto
un científico como un artista científico (Clark, 1972).
Recordemos que la belleza presentó un significado completamente objetivo también para
la mente griega. La belleza era real; esta era la forma básica de la realidad. De ahí el famoso lema,
tan significativo y utilizado a lo largo de la historia del pensamiento filosófico: lo verdadero, lo
bueno y lo bello se unen; significa la convergencia de la ciencia, la ética y el arte, porque solo la
convergencia de estos tres aspectos del ser (es decir, lo que la fenomenología llama esferas eidéticas
o regiones del ser) nos daría plenitud, es decir, la plenitud de la verdad, esta plenitud de sentido y
de verdad, que nos daría la integración de la ciencia, el arte y la ética, corresponde a lo que solemos
pensar como el auténtico fruto de una fuerte y rica formación personal y profesional, que nos lleva
a la verdadera sabiduría, o sindéresis (la capacidad de juzgar correctamente).